19 Septiembre 1985
A medida que transcurren los años va cayendo sobre mi el terrible peso del olvido. Sin Embargo yo sigo recordando hasta el mas minimo detalle de esa mañana de septiembre, lo sucedido de aquel jueves en el cual, como todos los dias, pude ser testigo del paulatino despertar de esta ciudad.
Poco a poco la noche y sus silencios iban quedando atras, dando paso a un mundo conocido: los ciclistas repartidores de periodico; los barrenderos que se disponian a iniciar la faena diaria; los madrugadores que salian de casa rumbo al trabajo; los trasnochadores que, palidos, se apresuraban para llegar a descansar y dormir; los pocos taxis que, aun con las luces encendidas, transportaban al ultimo pasaje de la noche.
Gradualmente los colores fueron absorbiendo la luz casi sin que pudiera darme cuenta; el violeta se iba tiñendo y se dejaba penetrar por un palido rosa, enrojeciendose luego y sufriendo un vertiginoso cambio que lo paso en instantes de gris a ambar, haciendo resaltar los diferentes tonos del verde que frente a mi mostraban arboles y el pasto. El parque parecia revivir, parecia lentamente salir de su sopor nocturno. A los pocos minutos las luces del alumbrado publico fueron apagadas y el rumor, la voz creciente de la ciudad, comenzó.
Daba inicio un dia mas. El Reloj de la Torre Latinoamericana seguia marcando incansablemente y con toda puntualidad cada minuto transcurrido, como señalando el ritmo preciso, el latido constante que debia tener la vida. Comenzo el movimiento: los autos particulares hicieron su aparicion al mismo tiempo que los autobuses de pasajeros; la gente se multiplico en aceras y cruceros. Alas 6:45am se oyo a lo lejos un par de campanadas provienientes de la calle Madero, separada de mi, por la Alameda Central en la que cientos de palomas jugaba a volar haciendo semicirculos que terminaban ya en el piso, ya en las fuentes, ya en azoteas y alfeizares distantes. El Aire era todavia limpio a esa hora.
Aun cuando nunca se acababa del todo, en mi interior el movimiento se acentuo. La marquesina de la farmacia dejo de funcionar y los compradores de tabaco hicieron su acostumbrada aparicion. Las calderas encendidas provocaron que el agua fluyera a lo largo de las intrincadas tuberias circulando por pasillos y habitaciones como si de mi sangre se tratara; el vapor cumplia su cometido, reanimando a los primeros visitantes que los baños recibian en el dia. En diferentes pisos dio inicio la limpieza de estancias, corredores y habitaciones desocupados. Las camaristas, que me cuidaban y aseaban con maternal dedicacion, preparaban ropa de cama y articulos propios para el higiene personal; modernas aspiradoras se encargaban del resto, emitiendo un ligerisimo zumbido que de ninguna manera perturaba el sueño de los huespedes. Por su Parte, el conmutador comenzaba a recibir y enviar llamadas locales y de larga distancia repiqueteando insistentemente.
Abajo, en la calle y el parque, la actividad crecia y crecia. Era una mañana en apariencia igual a todas, con inusual colorido debido sobre todo a los adornos que con motivos patrios colgaban de postes, arboles y ventanas. No obstante, para mi esa mañana septembrina era bien diferente en cierta forma.
Porque Yo habia sido testigo durante mas de 7 decadas de cada uno de los cambios que la ciudad habia sufrido: el estar en el centro me lo permitia asi. Y ahora era la metropoli mas grande del mundo, con todo lo que eso significa. Pude ver y vivir como esta zona, antaño casi desolada del todo, fue convertidose mes con mes, dia con dia en un sitio codiciado por muchos; vi como, de ser un lugar propio de construcciones en su mayoria bajas, fue transformandose en otro cuando grandes y modernos edificios empezaron a ser levantados por doquier, dando al centro un aire de modernidad, de progreso. Llegue a presenciar una cantidad enorme de acontecimientos politicos, sociales y culturales a traves de mi historia: marchas, enfrentamientos belicos y mitines que en las primeras decadas del siglo tuvieron irremediablemente que pasar por mi acera, manifestaciones de trabajadores que enarbolaban las banderas y pancartas mas disimbolas, reclamos sociales algunas veces desatendidos y otras abiertamente reprimidos por el gobierno en turno, sucesos multidinarios que muchas veces iniciaban su andar en el monumento a la revolucion con rumbo al Zocalo... Y a la par de todas esas cosas que sucedian exteriormente, en mi interior hubo tambien una historia muy representativa de lo que fue el mexico de entonces. Por mis entrañas se movian con total libertad las estrellas del espectaculo, las divasde la pantalla, los galanes del cine, los cantantes famosos, las grandes celebridades que, nacionales o no, escogian mis salones y restaurantes para pasar las tardes o las noches diviertiendose. E igualmente los actores del poder, ya fueran presidentes, secretarios de estado, senadores, alcaldes o simplemente periodistas. Todos confluian en mi porque yo era el centro de movimiento, de la noticia, e incluso del escandalo. Si, aquella fue una epoca de oro que nunca olvidare. Pero fue otra epoca, al igual que el aire que podia entonces respirarse era distinto del que hoy se respira, tan gris, tan turbio.
Asi, los empleados seguian llegando ese jueves de septiembre, dando la impresion de desaparecer una vez cruzada la puerta de entrada al edificio. Yo los acogia con gusto, los recibia con los brazos abiertos y les daba la bienvenida de la misma manera en que lo hiciera durante muchos años, consciente de que el prestigio ganado en esas decadas era fruto, en gran medida, del trabajo de todos y cada uno de ellos: trabajo que hacian siempre con interes, con gusto, con gran dedicacion.
Una Mañana mas, con un sol apenas iniciando su camino y un cielo presagiando mediodia caluroso. La actividad seguia su curso, el movimiento iba creciendo por doquier...pero subitamente se hizo mas intenso, desproprcionado. Se escucho el grito histerico de una mujer que corria desesperada. Todo paso tan rapido que no nos dimos cuenta. Era las 7:19 y entonces la vida se detuvo: el movimiento se convirtio en tragedia.
Yo soy ese edifcio que se cayo...
Libro: Hotel Regis: Historia de una epoca
Sergio H. Peralta Sandoval, 1996
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